El Purgatorio de los Descarriados
- M. A. A. Serrano
- 29 abr 2020
- 3 Min. de lectura
Demócrito y Heráclito, Rubens

¡Sólo dos esquinas puedo ver en esta cárcel! Porque no puedo retroceder y, para avanzar tres paredes me contienen. Una cadena conectada hasta el tímpano me mantiene encorvado ante la voz imperante del jefe de los conciliadores, mientras esa misma consume mi espíritu. Se consume hasta la mitad a menos de la mitad del tiempo que el gran conciliador espera, las bondades se vuelven triviales, los afectos innecesarios, las recompensas denigrantes, el talento se consume en el tiempo ante una insensatez obstinada hambrienta de billetes que ahoga el potencial humano y elimina toda la gracia de la vida. La sociedad en contra de lo social, la cúspide de la administración humana, homo sapiens homúnculos soportando el concilio, carne de cañón joven e ingenua de la batalla a librar.
Ha llegar, la múltiple variedad de casos posibles con apoyo de la nimiedad más rastrera e insolente de datos, todos cambiantes hambrientos de dinero dependiendo del conciliador. Llueven billetes cada quince días, como basura de papel cuando corre mucho viento, atrapan corazones, terminan relaciones, avalan represiones, pero están comandados para hacernos felices y mantener impunidades. He ahí a los descarriados como nosotros, nuestras sendas originales fueron atacadas por todos los flancos. Contemplen pues ¡la fortuna que domina el mundo! ¿Hubieses regocijado entonces ante la buena nueva del Dios de los Pobres con los datos completos?
¿Dónde estas oh Todopoderoso redentor de almas, para que salvaguardes el corazón sagrado y podrido de esta sociedad? ¿Dónde se esconde la bondad de tus intenciones si el desquicio asecha en cada esquina? Nosotros te hablamos, desde el purgatorio de los descarriados, con los cables que aún nos funcionan y el aliento para fumar una cajetilla más de lo que sea, para consumir hasta del destilado, para captar un poco más de tu reino. Nosotros que conciliamos por conciliadores que no dan la cara más que para apreciar sus plantaciones como si tuvieran a la piedra filosofal en frente. Nosotros que hacemos lo que dicen que mandaste hacer, sólo para sufrir en el limbo total de las memorias, en la soledad de la frustración, donde hasta las lágrimas tienen sermones y los futuros lejanos son inciertos y desoladores. Nosotros los descarriados, desafortunados ingenuos que no alcanzaron a agarrar una rama a tiempo en el árbol genealógico. Nosotros los condenados a no tener alma y a vivir encerrados en terror, aquí, en el purgatorio.
Triste es entonces, que no te pronuncies, no salgas de tu escondite, no corrijas al malinterprete, no reprendas al conciliador negligente, nos dejes penando en el purgatorio sólo por no habernos informado desde el principio la clase de hostia que nos teníamos que tragar y los amargos vinos de la vida que ni consagran ni redimen ni alientan. ¿Qué clase de tramposo cruel y despiadado pone tan humillantes condiciones a la existencia? Siéntate Tú aquí, y toma las quejas de todos tus malos servicios de frente, ¡como Tú mandas! y mientras esta cadena hacia tu encéfalo divino consume tu carne materializada en este planeta, observa morir a tus seres queridos, fracasa en el amor, que salga sangre de tus poros para sustentar el pan y aún así que tengas mucha hambre, y pobreza para que puedas entrar al Reino de los Cielos, el Reino de los Pobres. ¿A quién estás juzgando? Conversemos, tomémonos un ron...
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