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La Cuarentena de Chucho I

  • Foto del escritor: M. A. A. Serrano
    M. A. A. Serrano
  • 4 may 2020
  • 11 Min. de lectura

Diciembre de Allegro Narvaez, de 35 años, registrado sin segundo apellido en la ciudad de Bucaramanga, Colombia, más conocido como Chucho Narvaez; era un famoso Hechicero de Bien, militar retirado, historiador, filólogo, musicólogo, escritor, medio-estoico, amante de la música clásica, el heavy metal y la escuela de Kant, que se había instalado en Bogotá después de la guerra y tenía trabajos ocasionales con el estado, hasta en las cuarentenas. Hijo de doña Minerva Narvaez García, ex-vocera de la Santa Música Solitaria con la bendición del canto trascendental, hija de don Olimpo Cristóbal de Amapola Narvaez Quijano, campesino aguerrido machetero de Los Místicos Andes con la bendición de hacer temblar la tierra con su temperamento, hijo de don Ramón Lorenzo Narvaez Mejía, otro campesino descendiente de esclavos cuya familia no se beneficiaría del erario en el futuro según el oráculo del zeitgeist colombiano, y cuya bendición o maldición no se alcanza a registrar en la historia.


La bendición de Diciembre de Allegro era magia pura, decía su mamá. Doña Minerva había materializado a Chucho cantándole a una amatista que tenía en el jardín, mientras fumaba marihuana para la depresión durante una cuarentena que duró un año, y que le había tocado pasar sola a sus 65 años de edad. Impedida por el gobierno para adoptar por su lesbia naturaleza, y sin una pareja o familia que le pudiera dar apoyo, Minerva tenía días tristes y desolados seguidos de episodios de depresión y ansiedad durante las cuarentenas, cuestión que se le convertía en una canción en la mente que luego salía a cantarle a su roca morada. La hierba potenció su ejercicio meditativo causando que pudiera encontrarse con el Espíritu de la Música dentro de sus pensamientos, este espíritu la condujo hacia la conciencia de la amatista. La música que moraba allí, al ver que doña Minerva, además de marihuanera, era pura en sus conocimientos, respetuosa de la naturaleza, Hechicera de Bien, letrada maestra de piano e investigadora apasionada del arcano, armó su rompecabezas y ató todos sus cabos sueltos; le recordó memorias indígenas, sabiduría precolombina ancestral, adelantó estudios mentales sobre la música colombiana, materializó sus proyectos detalladamente para abrir paso a una senda merecedora de su nueva escuela de pensamiento, una escuela que Chucho terminaría de fundar. Minerva se enamoró de La Música de la amatista al quinto mes de ese año, y esta correspondió su amor fundiendo las canciones con el mineral para formar un niño de 6 años, un 31 de Diciembre al término de la cuarentena.


Diciembre de Allegro ya sabía hablar cuando llegó a este mundo, había aprendido gracias a que navegaba en el universo semántico de la lírica de doña Minerva mientras era una amatista, y tenía clarísimo quién era su otra madre, sólo que aún era muy joven para explicarlo. Se desenvolvió de un manto morado que lo cubría al momento de su natalicio y sus primeras palabras fueron "¿quién soy?". Como Minerva dejaba a la amatista escuchando rock de protesta, rock hippie, música clásica, colombiana y precolombina cuando tenía que descansar la voz, trabajar, comer, ir al baño, oficio o irse a descansar, Chucho encontró su naturaleza perfeccionista en muchas de las influencias de estos músicos, y se impregnó principalmente de los sentimientos de las obras pues algunas no tenían letras para encajar los conceptos. El metal era abundante en la amatista que lo dio a luz, por lo que, aún ahora, con pensión del ejército y habiendo tenido muchos trabajos, seguía siendo un metalero arraigado, desaliñado, mechudo, barbudo y tatuado que no temía mezclarse con la oscuridad o la anarquía de vez en cuando. Sensibilidad, perfeccionismo, oscuridad, anarquía y soledad, eran los temas que lo caracterizaban, un cóctel fuerte para esos tiempos.


-- ¡Qué mamera profe! ¿Y ahora qué hacemos?


-- Nada, tener paciencia, como todos los días en este país --le respondió Chucho a su aprendiz.


El ñerito de 17 seguía en el mueble pasándose el Fifa 23 por enésima vez, fumando un porro al día, que era lo único que le permitía Chucho. Era la primera cuarentena que le tocaba vivir a Ryan Esneydar pero Chucho ya la tenía clara porque había nacido en una. En medio siglo habían habido 38 cuarentenas en el mundo, algunas más largas que otras, las primeras habían sido menos crueles pero ahora ya no tenían piedad. Esta parecía que iba a ser de las más largas y dolorosas. Y los había agarrado a ambos atrapados en el bar El Vulgo, en la calle quinta con séptima en Bogotá. Con ellos estaba Lucio.


-- Regáleme una Lucho.


Lucio Barón García era el barman de El Vulgo y mejor amigo de Chucho. Hijo de Senón Libardo García y Ramira Senaida Cifuentes, dos comerciantes de Medellín bien acomodados que se habían agarrado de las raíces de las reparticiones públicas con la re-apertura del mercado de elíxires en Colombia. De 32 años, no tenía conocimientos de hechicería, ni santería, ni magia, ni nada que lo bendijera o maldijera ni tampoco le interesaba, a Lucio solo le interesaba una cosa en la vida: el dinero. Tampoco había nacido de un mineral como Chucho para poder entender esos conocimientos como él. Menor de cinco hermanos, "Lucho" como lo había apodado Chucho, era la oveja negra de la familia, administraba los bares de rock del papá porque en lo único que se había graduado era de coctelería en el SENA, a diferencia de sus hermanos, todos graduados y profesionales en el exterior. El papá había montado los bares luego de que Lucio se gastara lo del semestre de audiovisuales en videojuegos, drogas, alcohol y prostitutas, "pa' que no se muera de hambre el degenerado ese" decía, pero jamás le ayudaba en las cuarentenas, por lo que terminó viviendo en El Vulgo cuando no pudo pagar más arriendo. "Pa' ver si algún día aprende y se larga del país" agregó don Senón.


-- Bueno, a ver. ¿Qué hay en mi futuro?


Volvió a desafiar el joven barman para relajar el ambiente, Chucho se limitó a reírse con sarcasmo.


-- Si se lo digo no se hace realidad. Así funciona. Usted sabe. Pero le puedo dar un consejo para que no las cague en el futuro.


-- ¿Cuál es mi destino?


-- La muerte.


-- Salud por eso.


Lucio acompañó la risa de Chucho. A pesar de que no le interesaba la magia, y realmente no le interesaba otra cosa que no fuera "hacer dinero", sentía un profundo respeto por Chucho, pues sabía que no era de los charlatanes. Chucho había resuelto miles de casos misteriosos y supuestamente paranormales; fantasmas, brujas, duendes, espíritus indígenas, espíritus de otros pueblos, fuerzas del mal ancestrales, hasta de psicólogo a todo le iba dando solución. Además de su misterioso paso por el ejército del cual poco hablaba. Todo el que quería contactarlo se lo encontraba en El Vulgo, era como la oficina de Chucho porque andaba sin celular, "me quita las energías" decía. Y para que no cerraran el bar como los otros bares de don Senón, le tocó a Chucho empezar a responder por los arriendos, cosa que afianzó la amistad de ambos.


-- Pero es que uno quiere trabajar y pasan estas cosas...


Dijo Lucio descarado con una sonrisa taimada esa tarde, cuando el gobierno declaró cuarentena absoluta por tres meses. Significaba efectivamente que nadie podía salir por tres meses a hacer absolutamente nada. Menos mal don Senón se la pasaba leyendo las noticias y surtió a su hijo de mercados hasta para siete meses, con montañas de papel higiénico por el colón irritable del muchacho. "Dicen tres y eso se extiende a seis, luego pasa como el Manicomio", decía don Senón en cada cuarentena. El Manicomio era como le llamaban los colombianos a la cuarentena más larga que habían vivido; de 4 años y medio, donde todo colapsó, hasta la mente de la gente.


-- ¿No puede parar las cuarentenas? Con sus poderes... --preguntó Lucio algo frustrado mientras limpiaba unos vasos en la barra.


-- Parcero, el pueblo no quiere pararlas, yo no tengo más poder que el pueblo --respondió honestamente Chucho y tomó un trago de su cerveza.


Chucho y Ryan habían llegado por pura casualidad al bar. Chucho llevaba investigando un fenómeno algo serio en lo que él llamaba el Tejido de La Realidad, y necesitaba alcohol y Metal denso para meditarlo profundamente. Su aprendiz, "el ñerito" o "el Ryan" como a veces se refería a él, se le fue a la pata cuando se lo encontró en el callejón de la quinta con séptima. Apenas entraron, aprovechando que habían abierto temprano, se acomodaron solo para que Lucio les comentara lo que pasaba en las noticias.


-- Pues tranquilo, mi papá ahí nos dejó buen mercado --le dijo Lucio invitándolos implícitamente a quedarse con él durante la cuarentena.


Como no tenían más opción pues los del ESCORCO, los Escuadrones del Orden Colombiano, habían empezado a patrullar todo Bogotá, Chucho aceptó a regañadientes porque ya estaba muy lejos de su estudio. A Ryan le vino como anillo al dedo porque ese tampoco sabía que iba a haber cuarentena. Chucho le indicó a Lucio que su aprendiz comería por los dos para hacer rendir las vituallas. El ñerito aprovechando que ya nadie iba a llegar al bar, fue y encendió el Play 4 que tenía Lucio, agarró unos Doritos y se sentó en el mueble a pasarse el Fifa.


-- Menos mal ya paró esa bullaranga, a ver si me puedo concentrar --dijo Chucho cuando la ruidosa alarma del ESCORCO terminó su discurso de tres horas por toda la ciudad.


-- Es que usted se pone a pensar en Lyliana y se le van las luces. Ni ve noticias, ni se puede concentrar en los hechizos, ni trabaja bien --le dijo Lucio como si estuviese leyendo sus pensamientos en ese momento.


-- Estoy en un caso. Uno serio. Para el gobierno, pero no ayudan. No me ayudan a ayudarse. Siempre tiene uno que ir arriado a donde vaya --se empezó a quejar Chucho mientras fumaba más rápido de su cigarro y tomaba más rápido de su cerveza-- ni siquiera me informaron de la cuarentena y terminé bien lejos de los documentos ¿así cómo hago?


-- Eso tranquilo. Usted se relaja y lo soluciona. Siempre tiene que relajarse y ya. Inténtelo otra vez, y deje de pensar en esa vieja. Ya apagaron la alarma.


Extasiado de ironía por la sabiduría que profesaba su amigo en medio de la ignorancia de los hechos, Chucho despejó su mente y trató de hallarse de nuevo en su estudio para poder echarle un ojo a los documentos del abogado. Cerró sus ojos y empezó a peinarse la barba con los dedos mientras emitía una melodía con los labios cerrados. Sin el ruido de las alarmas era más sencillo concentrarse. Les pidió a su aprendiz y a Lucio que no hicieran ruido por un momento para poder enviar su conciencia hacia la información que necesitaba; subiendo las escaleras, entrando al observatorio, abriendo el cajón... Pero un golpeteo violento se escuchó en su mente y fue jalado de nuevo a la realidad.


-- ¿Y ahora qué hijueputas?


-- ¡Yo no fui profesorcito! ¡Por la madrecita que no! --replicó Ryan sobresaltado al escuchar a su maestro vociferar.


-- ¿Ya se metieron esos malparidos, ya van a empezar? Pero es que se lo buscan --dijo Lucio alterado mirando hacia las escaleras de caracol que daban a la terraza, de donde venían los golpes. Armándose con el rifle que guardaba debajo de la barra se fue endemoniado saltándose algunas mesas pero sintió la mano de Chucho en su hombro, pesándole de manera sobrenatural.


-- No son saqueadores, Lucho. Déjeme esto a mí.


-- Espéreme yo lo acompaño profe. Esa gonorrea de demonio le voy es persignando ese culo --dijo Ryan preparando a El Defensor, el cuchillo japonés mata-demonios que le había regalado su maestro la noche que el ñerito le salvó la vida de diez saqueadores macheteros. A pesar de ser pequeño y flaco, Ryan se movía más rápido y golpeaba más fuerte de lo que se podría esperar. Esa misma noche en el barrio Chapinero, Chucho le dictó las pruebas que debía pasar si quería ser su aprendiz Hechicero de Bien. Todas las cumplió en la mitad del tiempo que Chucho había estimado logrando estallar su potencial, hasta se leyó un libro y todo. Mataba demonios, rompía ladrillos, aprendió Shao-Lin por internet, controlaba el chi y nadie podía con él. Los demás ñeros le decían el Ángel de la Muerte.


-- A mi izquierda Ryan --comandó Chucho a su confiable subordinado como solía hacerlo en el ejército. Y tapó con sus dedos índice y medio el cañón del rifle de Lucio mientras los tres subían con sigilo las escaleras de caracol.


El golpeteo era cada vez más caótico, se había empezado a mezclar con voces, gritos y bramidos tenebrosos, voces graves y profundas que parecían penetrar en sus mentes. Pero una voz diferente sonaba en el fondo, pedía ayuda, era la voz de un niño. Chucho sacó un papel cuadrado de uno de los bolsillos de su chaqueta de cuero, e hizo aparecer con su mente una inscripción circular en él. Se llevó el dedo índice a los labios y le pidió silencio a todos mientras abría la pesada puerta de metal viejo y oxidado que daba a la terraza.


-- ¿Esta mierda no puede hacer más ruido? --dijo Chucho quien terminó abriendo la puerta de una patada porque no había forma de abrirla con sigilo. El trío se alineó en torno a la locura que se levantaba en todo el centro de la terraza. Demonios translúcidos se fundían y se separaban en una columna intermitente, formaban un grueso árbol cuyas ramas eran sus cientos de brazos. Todos tratando de agarrar al niño que se les escabullía como podía en la cima --¡pilas que todavía están en su conciencia!


-- ¡Todo bien! --respondió Ryan preparándose para la batalla, desenvainando El Defensor.


Lucio se quedó inmóvil ante la escena, temblando con el rifle en la mano. Chucho salió corriendo de inmediato, se trepó por los cuerpos que formaban el árbol, demonios negros y rojos lo agarraban por sus vestimentas tratando de fundir su espíritu con el de ellos, alcanzó al niño antes de que lo desmembraran. Chucho sacó el papel con el sello y se lo puso en la frente al demonio que tenía más cerca. El árbol de demonios desapareció al instante y Chucho y el niño cayeron al suelo. Cinco demonios humanoides de la estatura de Ryan habían alcanzado a materializarse.


-- ¡Dispare huevón! --le gritó Chucho a Lucio quien acató la orden de inmediato acomodándole una bala en la frente a uno de los engendros, justo cuando saltó hacia él. El demonio cayó al suelo retorciéndose.


Ryan empezó a moverse. Esquivó dos demonios de frente que chocaron tras él y ahí los apuñaló a ambos desintegrando sus cuerpos y mandando sus espíritus de vuelta al infierno. Mientras corría hacia otro enemigo, lanzó con fuerza su cuchillo japonés y este cortó la cabeza de un engendro que iba a atacar a su maestro y al niño al otro extremo de la terraza. El cuchillo retornó a su mano justo cuando estaba cerca del último demonio, al que se lo ensartó por detrás de la cabeza para asomarlo por su boca, el engendro se disolvió a unos cuantos centímetros de un asustado Lucio que casi matan.


-- Gracias Ryan --le dijo Chucho a su aprendiz mientras terminaba de despachar al demonio que había baleado Lucio.


-- Todo bonito, todo bello profe --le respondió el ñerito guerrero ayudando a levantar a Lucio, empapado de la sangre del demonio que fue ejecutado en su cara.


-- Gracias Chucho.


Chucho se acordó del niño. Era Miguel, el hijo de la vecina, el de trece años. Mientras el chico, después de agradecer su rescate, empezó a exponer su situación, Chucho se dirigió hacia el balcón de la terraza para mirar la ciudad, dándole la espalda a todos, bastante malhumorado.


-- Perdón por desdoblarme así, pero hay un problema en el barrio. Alguien se puso a jugar con espíritus y ahora andan por ahí jodiendo. El barrio está maldito. Desaparecen la comida justo cuando la vamos a agarrar. Ya sabemos dónde se esconden pero no podemos ir por ellos. Si salimos el ESCORCO nos coge a bala. Mi mamá me dijo que no lo contactara, pero usted es el único que conocemos que se sabe tratar con esas cosas.


Chucho analizó el caso. La verdad es que no tenía tiempo para eso, pero había un detalle. Era su barrio. Si los demonios de verdad eran del tipo que mencionaba Miguel, no solo iban a desaparecer la comida si no todos los bienes hasta que quedaran puras casas vacías y gente en pelotas, por pertenecer al barrio, eso lo incluía a él, sus pertenencias y su casa. "El estudio" pensó, "los documentos del abogado no se pueden perder".


-- Yo lo ayudo. Pero dígale a su mamá que les voy a cobrar. No mucho, pero yo también necesito. --le dijo al fin sin voltear para mirarlo.


-- Es que... mi mamá no quería que usted se metiera y pues... lo del pago... no sé... Pero nadie más nos puede salvar, Chucho. Sin comida estamos fregados. Ayúdeme, por favor.


Chucho apagó el cigarro, botó el humo y meditó unos segundos. El frío de Bogotá era terrible esa noche, cada año era más difícil vivir en esa ciudad y nadie nunca le quería pagar nada. Iba a vivir endeudado sobreviviendo con la pensión del ejército por el resto de su miserable vida...


-- Está bien. Yo después le cobro algo a usted. De todas formas tengo que pasar por la casa --dijo al final encendiendo otro cigarro, seguía viendo la ciudad con algo de rencor-- vaya preparando las fotos y ya le caemos con el Ryan, y pilas con desdoblarse así de ordinario, semejante escándalo que formó y casi se mata.


El niño sonrió mientras veía a su super-héroe local tomando las riendas. Volvió a su cuerpo desvaneciéndose en una nube negra ante los presentes, y se fue a preparar el tele-transporte de Chucho. El Ryan limpió la sangre negra de su arma, le dio unas palmaditas en la espalda al tembloroso Lucio y bajó las escaleras de caracol.





 
 
 

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